Un fósil guía, es decir, aquella especie que se utiliza para identificar la era a la que pertenece la roca en la que se encuentra, se elige por varias razones. En primer lugar, ha de ser una especie muy abundante, y que se encuentre en una región lo suficientemente amplia. En segundo lugar, ha de fosilizar fácilmente y dejar restos bien reconocibles: es mejor si tiene caparazón, esqueleto o cualquier otra parte dura en su cuerpo. En tercer lugar, conviene que su evolución haya sido rápida, ya que las formas intermedias confunden.
Estas condiciones se cumplen en solo unos pocos organismos. Así, se puede decir que, en general, varios trilobites son fósiles guía de los distintos periodos del Paleozoico, porque se encuentran en las rocas de esta era, fueron muy abundantes, fosilizaban fácilmente gracias a su caparazón y su evolución fue rápida (así, podemos decir que un determinado fósil corresponde a un periodo concreto, porque no aparece ni antes ni después, ni hay formas intermedias anteriores o posteriores que induzcan a error).
Lo más curioso es pensar que, si existe una especie que cumpla estos requisitos, es la nuestra. Seremos unos fósiles guía perfectos para el periodo en que nos encontramos: estamos distribuidos por todo el mundo, tenemos un esqueleto mineral duro, nuestra evolución ha sido rápida... y, encima, tenemos la costumbre de enterrar nuestros restos mortales. Se lo ponemos muy fácil a los paleontólogos del futuro.