El problema de Arquímedes
Pensando en
este problema,
el sabio
fue a
las termas
y, una
vez en
la bañera,
echó de
ver que
se desbordó
cierta cantidad de agua, correspondiente
a la
profundidad a la que se
hundió su cuerpo. Al descubrir
de esa
manera la causa del fenómeno,
no siguió
en las
termas, sino que se lanzó
a la
calle, rebosante de alegría y
en cueros,
y corrió hasta su casa
exclamando en alta voz:
¡Eureka!, ¡eureka!’ (hallé).
Cuando llegó
a su
casa, Arquímedes
tomó dos
pedazos del mismo peso que
la corona,
uno de
oro y
otro de
plata, llenó con agua un recipiente
hasta los
bordes y colocó en él
el lingote
de plata.
Acto seguido
lo sacó
y echó
en el
recipiente la misma cantidad de
agua que
se desbordó,
midiéndola previamente, hasta llenarlo. De
esta manera
determinó el peso del trozo
de plata
que correspondía
a cierto
volumen de agua.
A continuación
realizó la misma operación con
el trozo
de oro
y, volviendo
a añadir
la cantidad
de agua
desbordada, concluyó que
esta vez
se derramó
menos líquido
en una
cantidad equivalente a la diferencia
de los volúmenes de los
trozos de oro y plata
de pesos
iguales.
Después volvió a llenar
el recipiente,
colocó en él la corona
y se
dio cuenta
de que
se derramó
una mayor
cantidad de agua que al
colocar el lingote de oro;
partiendo de este exceso de
líquido Arquímedes calculó el contenido
de impurezas de plata, descubriendo
de esa
manera el engaño».
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