sábado, 30 de octubre de 2021

LECTURA: HABLAMOS AUNQUE NOS ATRAGANTEMOS

El hombre primitivo podía a la vez tragar y respirar por la nariz, pero no hablar ni respirar por la boca. Nuestros bebes actuales siguen la misma evolución que la especie humana en su conjunto. Un recién nacido es capaz de tragar y respirar al mismo tiempo, de lo contrario le resultaría muy difícil mamar. Pero no puede respirar por la boca, ya que su laringe se encuentra en una posición demasiado elevada. Esta es también la razón por la que los bebes se ponen tan mal cuando están resfriados y tienen la nariz tapada. A partir los seis o siete meses, la laringe va descendiendo, dando paso a que surjan el balbuceo y el habla. Razón por la cual no podemos hacerlo nosotros. 
Se supone que nuestros antepasados prehistóricos se dividieron en dos familias: los que solo respiraban por la nariz y los que lo hacían por la nariz y la boca. Los primeros se extinguieron, de los segundos surgió el Homo sapiens. 

El habla no es posible sin unas estructuras anatómicas muy específicas de la boca y la garganta. La laringe se encuentra en una posición mucho más baja en los humanos que en los demás primates, lo que determina nuestra capacidad para producir sonidos no nasales mucho más claros. La distancia que media entre la laringe y las fosas nasales hace que podamos emitir ciertos sonidos con fuerza y claridad, sobre todo los vocálicos como la “i” y la “u”.
Al nacer, los bebés tienen la laringe en una posición muy alta, así pueden mamar y respirar a la vez. A los 18 meses la laringe del niño desciende y le permite realizar sonidos del lenguaje pero más peligro ya de asfixiarse. Así es que, al adquirir el bipedismo para desplazarnos ganamos el tener más dolores de espalda y dificultades en los partos, y al adquirir el habla ganamos tener un mayor riesgo de morir por atragantamiento, y esto no es ninguna tontería, muchos niños y adultos han fallecido por esta causa. Si el hecho de hablar supone un riesgo tan grande entonces la presión a favor de esa adaptación debe haber sido muy alta.
A lo largo de la evolución humana han ocurrido tantos cambios que a veces nos resultan sorprendentes.
En el libro "La especie elegida", el profesor Arsuaga nos cuenta cómo nuestros antepasados homínidos, así como el resto de los mamíferos, podían respirar mientras bebían y no se atragantaban nunca.
La razón de esta ventaja se encuentra en que la laringe, que precede a las vías respiratorias, estaba más adelantada o elevada y conectaba con las fosas nasales, de manera que podían tragar y respirar a la vez.
Esta capacidad de nuestros parientes lejanos sigue siendo posible en nuestros lactantes; éstos pueden mamar y respirar sin ningún problema. Pero éste inconveniente, que aparece en nuestra especie adulta, nos ha proporcionado una riqueza fonética mayor, ya que con el desplazamiento de la laringe, se ha ampliado la faringe que actúa enriqueciendo la variedad de sonidos, y esto ha hecho posible el desarrollo del lenguaje, que, como sabemos, es lo que nos hace humanos.

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